Su carro de madera y su perro, que le sigue donde vaya; no sabe de la pobreza que le envuelve a su amo, se le mira en sus harapientos trapos que le cubre su esquelética humanidades, que se refleja en su rostro cadavérico.
Su aliento, se siente muy distante, escudriña en los botes de basura:
unos cuantos cartones, unos plásticos de botellas, y de pronto se encuentra con
una funda de alimentos que no huele mal, por unos instante para de sus
actividad diario; para compartir con su amigo que le acompaña, un rico manjar
que se ha encontrado en medio de la basura.
En su rostro veo una paz y tranquilidad, como si no supiera en la
pobreza, en que viven, su amigo fiel que le acompaña; mueve su coló, en su
rostro solamente se mira felicidad; se para en dos patas, como diciéndole,
quiero más.
El viejo, lentamente extiende su mano, que se puede ver sus venas y los
hueso y lentamente le acaricia su cabeza; como queriéndole decir que ya se acabó,
que esperemos volvamos a encontrar más alimentos, en el transcurso del día.
Los cartones viejos, las botellas plásticas, los va acomodando
lentamente, en su coche de madera; como si sintiera el peso de los años, en sus
corbada espalda, el perro se mueve preocupado, como si sintiera
los dolores de su amo, se le mira muy preocupado; se mueve de un lado para
otro, y ladra.
Como diciéndole a su amo; no te des por vencido, tienes que seguir
viviendo, te necesito, no te puede ir y dejarme; solo y abandonado a la suerte
del destino.
Respira profundamente, y le sale un sollozó de lo más profundo de su
alma, como que le volviera la vida a su humanidad, que lentamente se va recuperando
de algún dolor que le aqueja.
Termina de acomodar, cuanto pudo encontrarse en su carito de madera, le
embarca a su perro, sobre los cartones, y
lentamente comienza a caminar, jalando de una soja, a su viejo coche, mirando
el suelo por las calles de la ciudad.
Nadie lo regresa a ver, de pronto pasa un carro del año, baja el
vidrio, y tierra una funda con basura a la calle; el viejo, se para, y lo recoge, la de basura: con migajas
de pan, cascaras de plátano, los separa y lo pone en la boca de su perro que se
coma, que se pone contento y le lame la mano de su amo; como que le está
agradeciendo la comida que le brinda.
Continua su camino, buscando en los botes de basura su sustento diario;
finalmente llegan al parque del reloj;
hay muchos árboles, en uno de ellos, se sientan y se quedan dormidos, unas
cuantas horas, nadie se fijan de ellos.
Que no sea un policía de la ciudad,
que le golpea los pies, con un bastón, y se despierta muy asustado, su
perro ladra, y le calma su amo; baja la cabeza su perro y se pone entre las
piernas, mirando a los ojos al policía;
como diciendo, si le vuelves a topar a mi amo, te muerdo.
Así van pasan los días: un viejo que recoge la basura para su sustento,
un perro que ladra y le acompaña; una sociedad que de alguna manera lo
desprecia, un gobierno y políticos, que
en su nombre se enriquecen con los recursos y bienes del estado.
NEMO DOMINGUEZ MIEJIA
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