miércoles, 6 de octubre de 2021

EL VIEJO

 Su carro de madera y su perro, que le sigue donde vaya; no sabe de la pobreza que le envuelve a su amo, se le mira en sus harapientos trapos que le cubre su esquelética  humanidades, que se refleja en su rostro cadavérico.

Su aliento, se siente muy distante, escudriña en los botes de basura: unos cuantos cartones, unos plásticos de botellas, y de pronto se encuentra con una funda de alimentos que no huele mal, por unos instante para de sus actividad diario; para compartir con su amigo que le acompaña, un rico manjar que se ha encontrado en medio de la basura.

En su rostro veo una paz y tranquilidad, como si no supiera en la pobreza, en que viven, su amigo fiel que le acompaña; mueve su coló, en su rostro solamente se mira felicidad; se para en dos patas, como diciéndole, quiero más.

El viejo, lentamente extiende su mano, que se puede ver sus venas y los hueso y lentamente le acaricia su cabeza; como queriéndole decir que ya se acabó, que esperemos volvamos a encontrar más alimentos, en el transcurso del día.

Los cartones viejos, las botellas plásticas, los va acomodando lentamente, en su coche de madera; como si sintiera el peso de los años, en sus corbada espalda,   el perro se mueve preocupado, como si sintiera los dolores de su amo, se le mira muy preocupado; se mueve de un lado para otro, y ladra.

Como diciéndole a su amo; no te des por vencido, tienes que seguir viviendo, te necesito, no te puede ir y dejarme; solo y abandonado a la suerte del destino.

Respira profundamente, y le sale un sollozó de lo más profundo de su alma, como que le volviera la vida a su humanidad, que lentamente se va recuperando de algún dolor que le aqueja.

Termina de acomodar, cuanto pudo encontrarse en su carito de madera, le embarca  a su perro, sobre los cartones, y lentamente comienza a caminar, jalando de una soja, a su viejo coche, mirando el suelo por las calles de la ciudad.

Nadie lo regresa a ver, de pronto pasa un carro del año, baja el vidrio, y tierra una funda con basura a la calle; el viejo, se  para, y lo recoge, la de basura: con migajas de pan, cascaras de plátano, los separa y lo pone en la boca de su perro que se coma, que se pone contento y le lame la mano de su amo; como que le está agradeciendo la comida que le brinda.

Continua su camino, buscando en los botes de basura su sustento diario; finalmente  llegan al parque del reloj; hay muchos árboles, en uno de ellos, se sientan y se quedan dormidos, unas cuantas horas, nadie se fijan de ellos.

Que no sea un policía de la ciudad,  que le golpea los pies, con un bastón, y se despierta muy asustado, su perro ladra, y le calma su amo; baja la cabeza su perro y se pone entre las piernas, mirando  a los ojos al policía; como diciendo, si le vuelves a topar a mi amo, te muerdo.

Así van pasan los días: un viejo que recoge la basura para su sustento, un perro que ladra y le acompaña; una sociedad que de alguna manera lo desprecia,  un gobierno y políticos, que en su nombre se enriquecen con los recursos y bienes del estado.

 

NEMO DOMINGUEZ MIEJIA

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