Había un pequeño pueblo, construido en las laderas de una montaña,
tenía una vista espectacular en los días claros, y noches de luna; se podía
mirar, en el horizonte; un mar de nubes blancas.
Cuenta nuestros mayores, que un día, llego un joven de visita de
elegante presencia a nuestro pueblo; donde unos amigos, y el, les contaba, que
todas las noches, soñaba a una misma: bella y encantadora jovencita, que se
enamoró perdidamente; parecía retraído, y era común verle caminar solo:
cantando, o silbando, las notas de alguna canción de amor.
Visitaba los recintos, cascadas, se bañaba en las torrentosas, y frías
aguas de los ríos, aledaños al pueblo, eran días de verano; en el alba; llegaba
una fresca briza, con un aroma de las flores, en las tarde se sentaba bajo las
sombras de un viejo laurel frondoso de verdes hojas, con sus ramas cubiertas de
musgos, nidos de los pájaros y hormigas que ordenadamente caminaban, llevando
pedazos de hojas, alguna cueva que ellos construyeron; mientras veía como los pájaros
volvían a sus nidos a descansar.
El enamorado joven, soñaba mirando los bellos paisajes; como pintaba
los rayos del sol, antes que llegue la noche; escribía poemas de amor, y los
cantaba al viento, que todos los escucharan: los pájaros, los animales del
monte, vivían una fiesta todas las tardes,
mientras en el horizonte se perdía el día y llegaba la noche.
En el miraba; el rostro bello y
encantador de la mujer de sus sueños; en las sombras de los arbole, en las
nubes viajeras, en los paisajes, en todo lo miraba a ella, él, se había enamorad
de la mujer de sus sueños.
A la vida, decía que sólo le pedía
una cosa, que antes de su muerto, le
permitiera conocerla a ella; siguió caminando, nuca dejo de buscarla, por donde
iba, siempre se encontraba con las rosas rojas que crecía, en las riveras del
camino, no podía creer; si era una maldición, o un mensaje divino, que no
pierda la esperanza, que cuando menos
piensa loba encontrar.
Así, sucedió; nunca la pudo
encontrar, camino miles de kilómetros por los insondables caminos de la vida; cuando
todos los del pueblo, menos se esperaban, de pronto desapareció de sus vidas, sin
saber nunca más, nada de él: si había muerto, o por fin la encontró a la musa
de sus sueños y se fue con ella; como costumbre tenia, que en las noches cuando
todos dormíamos; el cantaba versos de amor, al viento; decía el, para que se
llevara el viento, y cuando llegue, alguna ventana de alguna alcoba la
encuentre y le cuente a ella, que no muy distante hay un amante, que se muere
de amor.
En el pequeño pueblo, todos lo extrañaban, de una manera inexplicable; nunca más lo volvieron a ver el sol y la luna,
la neblina oscura y fría, no volvió dejar el pueblo; y en las orillas de los
camino, comenzaron a crecer: las rosas rojas, con un cautivar perfume que los hacia enamorar de una
manera platónica a los enamorados.
Dicen las viejas consejeras de
los enamorados, que buscan a la mujer de sus sueños, se hizo costumbre y que
las rosas rojas, sea el símbolo del amor, en homenaje de ese joven enamorado,
que fue encantado por el amor, y se convirtió en el rosal de las flores rojas.
Quien regala una rosa roja/ Se gana un amor/ y un corazón/ que se
convierte/ en una canción de amor/ que le canta a la vida/ le canta a su
destino/ que le entregue/ a la mujer de sus sueños/ convertida en mujer.
Nemo
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por tu comentario, que tu palabra edifique y construya para bien.