No marca la hora, con su gallo, que le giran sin control, llevado por el viento, y unas flechas que no señala ninguna dirección; muere lentamente en el olvido, en la copa de la torre de hierro.
Bajo las sombras del centenario, viejo pino;
las miradas indiferentes de los transeúntes, vecinos y autoridades responsables
de mirar, cuidar, dar mantenimiento y que funcione.
Pasa el tiempo, y ha terminado convertido;
como un punto publicitario de algún candidato a la Alcaldía y concejalía, que juró que volvería y la haría funcionar; a quien le puede importar un reloj público,
que no da la hora,
Testigo del paso de los enamorados, que se
paran en su pie, y se abrazan, se dan besos y se hacen promesas de amarse y ser
fieles por toda la vida, y se ríen.
Testigo de la visita a la cárcel de
mujeres, de personalidades importantes de los gobiernos de turnos por
delincuentes, están prisioneros.
Testigos de madres, con sus hijos cargados en
sus espaldas, ofrecen al público, les compren; para ganarse unos centavos: ajo,
cebolla, tomate de riñón, y la policía metropolitana, por persigue, y los arrancha.
El enfermo y olvidado reloj del tiempo,
testigo de mirar todos los días; como los jóvenes desocupado que no encuentra
trabajo; corren arrancándose; una cartera, unos aretes a los descuidados transeúntes,
que andan perdidos, sin saber a dónde de ir, ni qué hacer con su vida.
Ese enfermo y olvidado reloj, es testigo; como
venden droga, a los niños y jóvenes, ante la mirada e indiferencia de las
autoridades del orden.
Pasa el tiempo, nadie se recuerda que
existe un reloj, y un parque del tiempo, que se ha vuelto refugio de los
malandrines, que siembran terror a los transeúntes, que llegan del trabajo a
sus hogares.
Unos viejos, que juegan en la cancha de
cocos, un juego tradicional de la milenaria Parroquia de Chillogallo; le dice a
su amigo sordo, que le indique la ahora, por el movimiento de los labios,
comprende que le está pidiendo, y se entabla una discusión: esta nueva administración
que tenemos en la ciudad; como autoridades, de verdad que ni siquiera pueden arreglar
un reloj, “carajo”. Este sí que resultó el más listo de todos los alcaldes;
este si va pasar de agache, estos cuatro años, sin hacer nada por la ciudad.
Otro amigo, que por los años está quedando
ciego: le dice a su amigo, en buena hora que estamos quedando: ciegos y sordos,
estas autoridades, un día de estos, se van llevando; hasta nuestras carteras vacías,
por tantos impuestos que tenemos que pagar…
Nemo
Domínguez Mejía
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